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January 14, 2019 (0aeb2e4)
Uno de mis días favoritos de 2018 fue cuando subimos al Evi Parkı en Ankara para ver el atardecer.
Se nos hizo tarde y no pudimos entrar al Museo de las Civilizaciones de Anatolia, así que subimos con prisa. En el camino nos encontramos un hermoso gato dorado que nos demoró aún más.
Nos perdimos un momento entre las calles hasta que alguien nos enseñó el camino hacia la cima. En la parte más alta dos chicos habían colocado mesas decoradas para vender çai, el omnipresente te negro turco, y un par de músicos tocaban el violín y el tambor para la mezcla de turistas y locales que esperaba el ocaso.
Antes de la puesta de sol, las mezquitas en la parte baja comenzaron su cuarta llamada a oración. Sus cánticos llegaban a nosotros mezclados, entretejidos. Fue en este viaje que escuché las llamadas por primera vez. Cada mezquita convoca a la plegaria de una forma diferente. Desde la parte alta de la loma escuchábamos una delicada cacofonía de lamentos en el atardecer.
Después decidimos bajar antes de que oscureciera por completo. Un grupo de personas decoraba el camino con velas, y una chica nos enseñó sus artesanías con la lámpara de su celular. Elizabeth le compró una pulsera que se reventó exactamente a los quince minutos.